
ENTRE CUATRO PAREDES: LA HISTORIA DE UN ASCENSORISTA

Ahí está él en una esquina, con una sonrisa y de uniforme con corbatín Elegante. Asimismo, con un delantal fluorescente y sentado en una silla. La manecilla del reloj ya señala las doce del día y, Yan está listo dentro de las cuatro paredes movibles para presionar los botones y hacer su trabajo.
Yan Jaiver López lleva 5.760 horas de su vida en este trabajo; es decir, tres horas diarias por ocho años consecutivos en el ascensor del restaurante La Terraza de Marfalitos, ubicado en la Calle 12 Número 7-32. Su labor es transportar personas desde la recepción hasta el restaurante y viceversa.
López entró al restaurante como mesero y el día que lo ascendieron a ascensorista fue “un día que estuvo muy agradecido”. Para él, estar en el ascensor es mejor trabajo que atender las mesas e incluso asegura que sus compañeros suelen envidiarlo por la comodidad que conlleva la labor. “Como mesero toca ir y venir las tres horas del turno. Acá en el ascensor está uno más relajado”.
Él calcula hacer alrededor de 150 viajes diarios, todos ellos de la planta baja al piso cuarto donde se ubica La Terraza de Marfalitos. El ascensor que Yan maneja es el único con acceso al restaurante y no le es permitido parar en ninguno de los otros trece pisos; para esos, el edificio cuenta con dos ascensores más.
El piloto de los 288.000 viajes y de las 288.000 subidas y bajadas viaja todos los días desde aquella silla metálica con cojines negros, junto a sus pasajeros y al sonido de la máquina. Como toda labor, ser ascensorista tiene sus trajines “tengo que ir y venir de una vez. Cuando empieza el turno estoy más tiempo abajo, subo rápido y vuelvo al primer piso. Pero al final de la jornada me toca estar arriba y agilizar. Todo es rápido para que la fila no crezca”.
“Estómago invencible” le dicen. Nunca le dio malestar, ni mareo el ascensor o el cambio cuando pisa tierra firme. Su trabajo es un sube y baja, una montaña rusa con las emociones que implica saludar, ser amable y maniobrar el aparato. Tampoco sufre de claustrofobia, no le molesta estar con diez personas más en menos de dos metros cuadrados.
No corre peligro. Nunca ha tenido algún problema con clientes, “por lo general en estos restaurantes de bien viene gente que no se mete con uno”. Al parecer el único riesgo de su labor es de fallas mecánicas, como quedarse encerrado, lo que por ahora no le ha pasado. Los clientes asiduos lo conocen y suelen hablar con él, aunque sea por unos segundos “al principio yo saludaba normal, solo decía buenas tardes; luego, ya uno va cogiendo confianza”.
Al entrar al mundo de Yan, parece que el tiempo no avanzara. Luce joven y tímido a pesar de sus 43 años. López sostiene a una familia de dos hijas y a su mujer, con la que vive en unión libre hace nueve años; también es próximo a ser abuelo. Su hija de 19 años tiene cinco meses de embarazo. El trabajo le da el sustento necesario para vivir dignamente y sacarlos a todos adelante “mi esposa trabaja en un colegio de monjas pero no gana lo suficiente”. “Ser ascensorista es bueno. Yo le cuento a la niña, a la menor, ella tiene seis años y le gusta la máquina”.
Ser ascensorista, hoy en día, es más un código de etiqueta. “Es muy poco el ascensorista que queda. Yo disfruto mucho mi trabajo, pero en realidad, pienso que estoy aquí como un celador que abre la puerta una y otra vez, esta es mi recepción” —dice. El restaurante contrata el ascensorista para tener alguien que atienda con amabilidad a sus clientes desde la recepción, por esto, Yan está seguro de que su oficina no desaparecerá por ahora, pero teme por la de los demás. “Antes éramos más indispensables cuando los ascensores eran manuales, con manivela como por ejemplo el de la torre Colpatria. Estos de hoy en día, automáticos, hacen que mucho ascensorista sobre, aunque tengo que aceptar que estos nuevos son más fáciles y de menos esfuerzo”.
Es que, para personas como Jaiver, manejar el ascensor es un trabajo digno, un trabajo que le gusta, que le permite conocer gente y suplir sus necesidades básicas. Es una ocupación que lo deja conducir su propio mundo, sin depender de otros compañeros. Para él, ser ascensorista es todo en lo que le gustaría trabajar.
Si bien las personas se cruzan solo unos segundos con los ascensoristas y las generaciones modernas no conocen mucho esta labor, porque la tecnología y la modernidad son detonantes para la extinción de esta clase de oficios, lo cierto es que los restaurantes, clubes o bancos que desde antaño tienen ascensoristas para ayudarles y brindarles un saludo cordial a sus visitantes, demuestran que hay cualidades humanas que la fría tecnología no puede, ni podrá suplir.
Realizado por: Aura María Galvis, Cristina Panamá, Laura Suarez.




